jueves, 7 de octubre de 2010

Día 2

Sigo sin solucionar el tema de mis prácticas. Hoy no he podido ver a mi jefa. Literalmente, su ayudante me dijo que echaba humo. No por mí. Por otras movidas, pero igualmente, no quería pagar los platos rotos por segunda vez.
He tenido mi primera lección de ruso, que era de un curso que ya había dado unas pocas. No he estado ni la mitad de perdido de lo que me esperaba. Empiezo a tener ganas de hincarle el diente a esta complicadísima lengua. Ya lo leo. Lento, pero sé leerlo.
Hoy he visto, realmente, la ciudad en la que vivo. Moscú. Plaza Roja. Kremlim. Catedral de San Basilio. Limusinas y BMW. Todo es inmenso. Es la palabra que mejor puede definir esta ciudad. Inmenso. Parece que cuando construyeron los edificios no había límite ni de tiempo ni de materiales. Tuve la mala suerte y la suerte de que justamente no se podía entrar en el centro de la Plaza Roja. Mala suerte por no poder estar en el centro de la plaza. Suerte por comprobar de manera brutal la inmensidad de esa plaza. Además, en el fondo, no estorbaba para nada, pude disfrutar la plaza perfectamente.
Moscú de noche, y observado desde un mirador que permite una vista panorámica es increíble en el sentido más estricto de la palabra. Aún no me puedo creer que yo esté ahora inmerso en esa ciudad que vi desde el mirador.
Aquí a un parque rodeando un río es una calle. También me he enterado que aquí, un cirujano, cobra 4800 euros. Al año.
Se me confirman algunas de mis primeras conjeturas. Los rusos son muy amables con los extranjeros. Moscú, si no te metes donde no te llaman, es una ciudad perfectamente segura. Dos conjeturas confirmadas = Deducción: La imagen que nos llega de Rusia está fuertemente distorsionada.
Por ahora, me está gustando esto.
Me voy a mi cama soviética. Estoy destrozado.

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